8.21.2010

Historia del Cerco de Lisboa, Fragmento.


Raimundo Silva va consultando los papeles, siguiendo mentalmente los itinerarios, y mira a hurtadillas al perro, y recuerda entonces la descripción que el historiador hizo de los horrores del hambre de los sitiados al cabo de los meses, no quedó vivo ni can ni gato, hasta las ratas se comieron, pero en fin, siendo así, tenía razón quien dijo que un perro ladró en aquella serena madrugada en que el almuédano subió al alminar para llamar a los creyentes a la oración de la mañana, errado estaría, sí, quien argumentase que, por ser el perro impuro animal, no lo tolerarían a su vista los moros, aunque debamos admitir que lo excluyeran de las casas, de las caricias y de la escudilla, pero nunca del vasto Islam, porque en verdad, si somos tan capaces de vivir la vida en paz con nuestras propias impurezas, por qué habríamos de rechazar violentamente las impurezas ajenas, en este caso de naturaleza perruna, por tanto mucho más inocente que la otra, la de los humanos, que tan mal uso hacen del nombre del perro, a diestro y siniestro tirándoselo a la cara a los enemigos, de moros a cristianos, de cristianos a moros, y ambos a judíos. Por no hablar sino de quienes mejor conocemos, los hidalgos portugueses que ahí vienen, todo en ellos son cuidados y recomendaciones para sus dogos, y alanos, hasta el punto de ser adictos a dormir con ellos, con tato mayor gusto que con las concubinas, y, ya ven, para el más cruel adversario no elige peor palabra que llamarle, Perro, dicen, y parece no haber otra ofensa que más duela, salvo Hijo de Perra.
Y todo esto se va pasando por arbitrario criterio de hombres, ellos son los que hacen las palabras, los animales, pobrecillos, son ajenos a esas gramáticas, asisten a la disputa, Perro, dice el moro, Perro tú, responde el cristiano, y empiezan a batirse con lanza, espada y daga, mientras los perros se dicen los unos a los otros, Somos nosotros los perros, y no les importa.


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