8.30.2009

Despedida.




Ciertamente vosotros sois el pueblo y con vosotros morirá la sabiduría.


Después del amanecer, cuando todo era más claro, se alcanzaban a ver las montañas y Craig Pearson, el héroe, dijo a sus discípulos y a los demás

-Volveremos a tropezar con la sangre que nuestros padres esparcieron en el valle, volveremos a mirar sin miedo.

Y luego dirigiéndose a su mujer

-Estas montañas volverán a hablarnos, dejaran de darnos la espalda.

La mujer lo miro.

Aunque el luto siempre acampo junto a Craig Pearson los ojos de ese hombre eran los mismos desde hacia 50 años. Su brillo era idéntico al que ilumina la mirada de quien no ha visto la muerte; su mujer, una isla en medio del océano.

-Craig Pearson, tu voz muere lentamente, en el aire tus palabras se hacen polvo, tu despedida opacara las mesas, los libros. Todo.

Abandonado a su suerte, el pueblo se sumía en discusiones absurdas, no había más comida, el viento arrastraba la madrugada, todo era gris. El sol cada segundo más lejano.

No quedaban ya bosques ni leyendas.

Al atardecer las mujeres abrazaban a sus primogénitos –Ustedes llevaran el mensaje al otro lado del mundo, no hicimos nada más que lo correcto–, cerraban los ojos, y sentían como los pasos convertían esos niños en hombres, cuando volvían la vista al mundo, sus hijos no eran más que espejismos. Los olvidaron, hacían como si nada hubiera pasado, tenían prohibido recordar que del otro lado del mundo no hay nada y era una herejía pensar que los niños volverían caminando por el sendero que lleva a donde el sol renace.

Sin milagros estas tierras son nada. Sombras. Luego el rumor del viento arrastrando al mundo hacia la noche.

Craig Pearson se sintió solo, el tejido de su bufanda no era suficiente para detener al frio –Darás a tu pueblo la música de la montaña y el mar–, entonces el hombre comprendió

-Hay que estar más cerca.

No sabe cuánto camino, pero cuando estuvo frente al mar y sus pulmones se llenaron del frio salado del norte solo Dios lo comprendió –Yo soy la respuesta–, dijo, pero el mundo siguió siendo el mismo.

Las montañas no fueron pretexto. Él nunca los tuvo.

Ya en otro lugar de lluvia y mucho frio Craig Pearson recordó el último rayo de sol, hablo y el unisonó de las aves levantando el vuelo parecía tan, lejano.







www.palabradomesticada.blogspot.com





"El libro de las cosas que no sucedieron" de J. Alfonso Valencia B.










No hay comentarios:

Publicar un comentario